martes, 6 de enero de 2015

La fragilidad del verano berlinés

En el verano berlinés el clima rebasa los 30 grados. Un calor húmedo hace que la ropa se pegue a la piel y algunos nos movemos con la torpeza de quien recorre con indumentaria de oficina una ciudad en la costa mexicana, o la rivera del lago de Chapala. Berlín se niega a ser el cliché de las postales heladas, de gente seria y austera que sale a trabajar o a comprar víveres, el escenario de una película de Wim Wenders o de Ismael Rodríguez (por "El niño y el muro" que fue mi referencia en la infancia). El verano y su calor, a veces insoportable, parece desplazar las imágenes de los diarios viejos y las películas a un lugar remoto. Este Berlín es colorido, alegre, vital, sensual. “Berlin ist arm aber sexi”, dijo una vez su alcalde, “pobre pero sexi”. La historia emerge a cada tanto, el pasado se materializa en las innumerables reliquias que pueblan el espacio común, pero parece ser eso: pasado. Algo que ha quedado atrás, a veces en el olvido. Cada vez hay menos sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, la memoria viva comienza a desvanecerse, los hijos y nietos conocen el periodo por los libros y la televisión, a través de historias indirectas de sus padres y abuelos (pudieron ya preguntar, afrontar alguno hechos, hicieron acopio de valor y eso es digno de respeto).


Quizás por eso llama la atención las constantes alusiones al pasado nazi: están en carteles, exposiciones fotográficas, en el Reichstag y el subterráneo, en forma de pequeños cuadros metálicos incrustados en las aceras (diminutas esquelas que recuerdan el nombre, la dirección y el campo de concentración de víctimas judías), algunos restos de una estación de tren... su rastro emerge hasta casi saturar el ambiente. Puede entonces surgir la pregunta por el “lugar” que ocupa el pasado en la vida cotidiana: los abusos de la memoria, diría Todorov; un pasado que no termina de pasar, diría Hartog. Pero la curiosidad comienza a ser más bien incomodidad, alarma cuando el nazismo aparece despojado de esa aura de tiempo pretérito, cuando se revela no como un fantasma sino como una sombra, un ruido en el armario. En los cafés, en los baños de un cine, en las calles aledañas a la Kottbusser Tor aparecen letreros, a veces improvisados, a veces manufacturados profesionalmente, a veces una escritura con plumón: “Aquí no queremos nazis”, “Los nazis no son bienvenidos”, “Nazis fuera del vecindario”, y en el subterráneo: “Berlín se defiende! No hay lugar para los nazis”. Pero Berlín es multicultural, y quizá por eso mismo desentonan esas advertencias, tanto como los encabezados a ocho columnas que hablan de dos chicos neonazis que asesinaron a golpes a otro joven que parecía oriental (de origen vietnamita de nacionalidad alemana), en plena estación Alexanderplatz, en el corazón de la capital alemana; los jóvenes obtendrán una pena mínima porque es su primer delito xenófobo.

En Dresde la situación es diferente. La gente mira sin reparos al turista de piel morena. La gran mayoría sonríe, claro, pero pocos se resisten a la tentación de mirar al que viene de fuera. Me entero después, cuando ya he dejado la ciudad, que Dresde es cuna de un movimiento xenófobo de extrema derecha, un movimiento de masas cada vez más numeroso que regularmente sale a las calles a demostrar su fuerza. Por eso mismo, como reacción, ha surgido ahí mismo un movimiento contrario dispuesto a confrontarlos. La policía ha tenido que colocarse entre ambos bandos para minimizar los choques. El hecho es que el movimiento xenófobo crece a un ritmo mayor que los que se oponen a él y a una escala tal, que cada vez es más difícil para la policía contenerlos. En los últimos meses se ha consolidado en la ciudad la PEGIDA (Patriotische Europäer gegen die Islamisierung des Abendlandes), Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente. Dresde, la amable, la resurgida de las cenizas, la ciudad contra la que se ensañaron los Aliados y en la que es posible, aún hoy, ver la marca del fuego en sus muros y plazas; polarizada, dividida, una de las joyas del régimen comunista, Dresde engendra el huevo de la serpiente.

Quizá se objete que la PEGIDA es una minoría violenta, cuyo vocero es un delincuente menor con un pasado de asaltos y pandillerismo, un -astuto- demagogo bravucón, y que, por lo tanto, está condenada a desaparecer en un sociedad democrática y civilizada como la alemana. Sin embargo, según una encuesta reciente, una tercera parte de la población alemana cree que el islam es un peligro para la identidad nacional y para la supervivencia de su cultura. Un sector muy poderoso del recientemente surgido partido Alternativa por Alemania (AfD), autodefinido como euroescéptico, ha detectado ese temor y esa hostilidad y está dispuesto a adoptar el freno al islam como parte de su programa político. Otro sector al interior del partido se opone pero no parece ser más fuerte que los xenófobos, quienes argumentan la necesidad de llevar al cauce democrático una inquietud del pueblo alemán. El sistema democrático alemán tiende, como en muchos otros lados, a nutrirse de los miedos y deseos “legítimos” del “pueblo”, apelando a esa sabiduría ancestral y sentido de justicia que los demagogos asignan a una masa amorfa cuando así conviene a sus intereses. No es ésta la primera vez que un bravucón, un político no convencional sacude a las instituciones alemanas. Por ahora, parece lejano que la cópula entre la AfD y la PEGIDA prospere. No obstante, lejano ha parecido antes que un personaje ridículo y pésimo estratega militar tomara el poder. Pero lo hizo. Y nadie vio nada, nadie supo cómo fue. Lo hizo con ayuda de su camarilla, se supone, en un casi solitario golpe de estado. Se trató, en palabras de Bertolt Brecht, del resistible ascenso del nazismo, atestiguado pasivamente por un masa golpeada por la crisis y anhelante de un líder que ofrecía no sólo soluciones, sino recobrar una grandeza mítica.

Durante mucho tiempo se ha temido que el antisemitismo resucite en Alemania. Se equivocan los que temen ese resurgimiento, el espíritu nacionalista ha elegido a su nuevo enemigo: el islam, así, como si hubiera uno solo, como un solo cristianismo. Por lo demás, Europa parece disponerse para una nueva aventura. Como antes, el “problema” del islam no es exclusivo de Alemania. El fascismo y el antisemitismo, en realidad, también rebasaron fronteras, eran inquietudes que rondaban a las buenas conciencias europeas. En sus inicios no se trataba de una maquinaria de exterminio, sino de un deseo “legítimo” de salvarse de la depravación del capitalismo, de que cada quien viviera en su propio país según sus propias costumbres, sin “contaminarse” unos a otros (los judíos en Madagascar, por ejemplo, si es que no tenían otro lugar a donde ir). El ciudadano decente así lo decía y esa idea tuvo eco en todos los planos de la cultura, y las artes no fueron una excepción. Hoy Michel Houellebecq (que ahora quiere pasar por islamófobo redimido) encarna esa figura que, desde la “neutralidad” de la ficción, de la pura fábula, habla de un hipotético futuro donde el islam se apodera de Europa, cubriéndola de un manto de oscuridad, ignorancia y tiranía. Una imagen tan primitiva del islam como la que un infante, o el ciudadano promedio, tiene de la Edad Media. Una cosa es creer en la responsabilidad social del arte,  al estilo del realismo soviético, y otra es atizar el fuego y la ira social desde una presunta inocencia.

La crisis económica y política de una Europa que parecía decidida a mantener fuera de su territorio otra gran conflagración, hace que los fantasmas dejen de ser fantasmas, y sea posible pensar en el resistible segundo ascenso de la infamia que amenaza con mandar al olvido, al menos por un rato, al amable pero frágil verano europeo. Ilegalizar la PEGIDA, como se hizo con Amanecer Dorado en Grecia, demostraría la falta de argumentos de un sistema político. La democracia debe demostrar que es un modelo que defiende la dignidad de los ciudadanos y que vale la pena luchar por ella, algo en que lo que ahora casi todas las democracias del mundo han fallado al estar al servicio de los mercados y del crimen organizado. Alemania, sin embargo, es una gran nación: sus hombres y mujeres libres pueden darle una lección de resistencia al mundo, pueden demostrar que el pasado no es destino fatal. 


martes, 28 de octubre de 2014

Todos somos Ayotzinapa, muchos son Funes





Epígrafe 1:
“Aguirre decía que todo cambiaría, mentira, mentira, la misma porquería”
-Consigna escuchada en una marcha en Guadalajara.

Epígrafe 2:
“Y no pienses que al decir 'Funes' he nombrado a persona única.
Funes es un sistema, un estado del alma, es la sed del oro, es la envidia sórdida.
Muchos son Funes, aunque lleve uno solo el nombre fatídico.”
La vorágine. J. E. Rivera.



Que se vaya Aguirre, sí, pero que no venga otro igual. Ya antes se han desaparecido poderes en Guerrero y, en otros estados, gobernadores han pedido licencia. Otros han venido y todo sigue igual. Por ahora, Aguirre ha pedido licencia y el PAN y el PRI se frotan las manos esperando colocar en lugares estratégicos a gente de su confianza. Lo mismo hacen las tribus al interior del PRD. Como cuando un burócrata se jubila o se pensiona y sus compañeros acarician la oportunidad de ocupar su espacio, de insertarse y perpetuar las mismas dinámicas que tanto les han redituado.

Que regresen vivos los 43 pero que también haya justicia para los otros desaparecidos. 22 000 reconoce el gobierno, otros elevan la cifra a 30 000 (de todos modos no hay averiguaciones previas). Que los regresen vivos porque eran el futuro de México. Sin embargo, otros, que ni siquiera tienen nombre, también eran el futuro de México; unos más eran la memoria o el presente. Paz para el estudiante pero también para el campesino, el obrero, el empresario, el comerciante, el profesional, el ama de casa, el desempleado. Si tocan a uno tocan a todos.

Que se castigue a los culpables pero que no se fabriquen delitos, que tengan un juicio justo. Que los culpables sean tratados como seres humanos: que alguien les haga saber que tienen dignidad. Evitemos la tentación de actuar igual que ellos. Que haya justicia, no linchamiento ni venganza.

Que se denuncien las hipocresías de la democracia pero que se renuncie a la tentación del autoritarismo o el militarismo. La democracia no es perfecta en ninguna parte del mundo, siempre requiere de la presión y la movilización. Tienen razón quienes dicen que la democracia tiende a esconder la desigualdad social con un discurso de libertades; yo, por mi parte, quisiera una democracia tan disfuncional como la de Uruguay o la de Costa Rica, como la de Finlandia o la de Alemania. Acúsenme de conformista.

Que se condene a los tres niveles de gobierno y a los partidos, a todos por igual (incluso al Señor de las Ligas, hoy tan presentable), cómplices por obra u omisión, que hoy se dicen horrorizados por Ayotzinapa cuando ninguno dijo nada el tiempo que alcalde asesinaba y extorsionaba en los cauces de la normalidad. Corruptos infiltrados por el narcotráfico, ciegos de ambición, delirantes de poder, culpables del desencanto de nuestros jóvenes y viejos por la democracia. Pero que se condene también a los narcotraficantes, que el escarnio caiga sobre ellos que por ahora sólo son objeto de heroicos corridos o de apologías en telenovelas del canal de las estrellas, que los consideran ejemplo a seguir por encima del hombre que se gana la vida sin joder al prójimo.


sábado, 18 de octubre de 2014

Ayotzinapa y los desaparecidos: el pasado sigue ahí

Pensar que la historia se repite es una tentación en la que solemos caer cuando un suceso nos recuerda la realidad en la que vivimos. Ayotzinapa no es un asunto nuevo ni el Estado ha comenzado otra vez a desaparecer estudiantes. Ayotzinapa ha estado siempre ahí, como a principios de siglo pasado con los ejércitos zapatistas que participaron en la Revolución Mexicana, como en los años sesenta en las luchas contra el gobernador-cacique Caballero Aburto que terminaron en la desaparición de poderes, como en los setenta con las guerrillas de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, como en la época de la guerra sucia en la que, no sólo estudiantes, sino cientos de hombres, mujeres, ancianos y niños fueron torturados y desaparecidos a manos del ejército, policías y paramilitares. Fueron años, desde entonces, de fosas clandestinas, de vuelos de la muerte. 

Jorge Rafael Videla explicó lo que significa un desaparecido con la ligereza de quien habla de un trámite burocrático "...Un desaparecido, no tiene entidad. No está ni muerto ni vivo, está desaparecido... Frente a eso no podemos hacer nada". Pero la tierra y el mar tienen memoria (Patricio Guzmán supo decirlo de forma magistral en “Nostalgia de la luz”). La tierra y el mar tienen memoria y los sobrevivientes necesitan del duelo para sanar. Las madres, los padres, los hijos, los hermanos, los amigos, indagaron en los restos para decir, para demostrar que un desparecido está siempre presente, reclamando un lugar en el mundo.

El problema de los desaparecidos ha destapado una cloaca. Ayotzinapa es como un lente de aumento de algo que persiste desde hace muchos años. Llama la atención la sorpresa de quien ve en la desaparición de los estudiantes un signo de un tiempo que vuelve. En este país son decenas de miles los desaparecidos. Los ha habido desde los sesenta, los hubo en los setenta y ochenta con la guerra sucia y luego con la limpieza que ordenó el salinismo del sureste luego de su fraude electoral (cuando el PRD era la izquierda llevaban un censo de sus militantes asesinados y desaparecidos); hubo desaparecidos durante el zedillismo con el pretexto del EZLN, y los ha habido, cómo no, con el panismo con el pretexto de la guerra contra el narcotráfico.

No se trata de negar la tragedia de los estudiantes, me pregunto sólo qué ha movido Ayotzinapa tan dentro de nosotros que lo vemos como un caso sin parangón cuando la barbarie ha sido el pan nuestro de cada día desde hace tantos años, ¿hay una mitología en torno al estudiante que no existe en el caso del anciano o de la mujer? Seguramente hay en la imagen que se proyecta de ellos (que proyectamos sobre nosotros) un remanente de los discursos de la larga década de los sesenta ¿Qué tan pertinente es hoy considerarnos un colectivo a la vanguardia de la sociedad, obviar nuestras abismales diferencias políticas y culturales? ¿No deberíamos enfatizar la violación a los derechos humanos y civiles y no un ataque a una construcción más o menos esencialista? Decía una canción de aquellos años:

Son aves que no se asustan
de animal ni policía,
y no le asustan las balas
ni el ladrar de la jauría.

Que vivan los estudiantes
que rugen como los vientos
 
Sin embargo, las particularidades del caso deben ser analizadas. A diferencia de Tlatelolco o del Halconazo, lo que indigna y lastima tanto no es sólo que sean estudiantes, por más que en nuestro reclamo enfaticemos ese aspecto. El signo de los nuevos tiempos, aquello que separa Ayotzinapa de otros casos es que los autores fueron policías municipales al servicio del narcotráfico. Horroriza el cinismo y la impunidad con que la barbarie se llevó a cabo. En un episodio que evoca el análisis de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal, algunos policías han declarado que ellos no los mataron, que “nada más” los entregaron a un cártel local. Hombres que creen que eso no es ser partícipe de la maquinaria criminal. La declaración además revela la nueva jerarquía del poder en México. Las estructuras del Estado al servicio de los cárteles. Pero, volvamos al problema de los desaparecidos. 

Un desaparecido es un problema porque su ausencia lacera tanto o más que una muerte. El no saber si viven o han muerto es una tortura, también, para sus dolientes. ¿Cómo puede un Estado que ha perdido toda credibilidad, infiltrado por el narcotráfico —al igual que la sociedad en general— dar respuesta a los deudos y a la sociedad? La pregunta no es retórica, es una forma de desplegar de otra manera la incertidumbre por el futuro. Si no los encuentran, se dirá que no los quisieron encontrar o que ocultaron los cadáveres. Si los encuentran muertos, los familiares van a desconfiar de las pruebas periciales. En el caso del Bar Heaven los familiares se negaron a aceptar los resultados y fue hasta que los peritos argentinos, independientes de la Procuraduría, confirmaron las identidades que los deudos aceptaron los cuerpos.

Otra opción, todavía más compleja que las anteriores, la ha propuesto el sacerdote Alejandro Solalinde. Están muertos y quemaron loscadáveres. Asegura que se lo han dicho testigos, personas que de ninguna manera quieren hablar con la Procuraduría ¿Cómo podrían confiar en las estructuras del Estado cuando actúan como brazos armados del narcotráfico? ¿Se les puede culpar por su temor a hablar? Terrible escenario. Peor, si eso es posible, por lo que implica la versión del padre Solalinde. Los peritos argentinos, los mejores del mundo —que han trabajado en Chile, en Serbia, en Perú, entre otros países— no pueden identificar restos calcinados. Solalinde pone el dedo en la llaga y lanza una pregunta: “¿Qué es menos penoso para el sistema?, ¿decir que están calcinados con todo lo que implicó eso?, o decir que están desaparecidos y que no saben lo que les pasó, porque es menos impactante decir lo segundo, y además menos comprometedor, pero es más doloroso para los familiares tenerlos con la esperanza. El gobierno sabe muchas cosas, si está reteniendo la verdad es su responsabilidad, hay que decirlo, este manejo ya se contaminó y su manejo no es de justicia, es político”.

La Procuraduría ha dicho que “invitará” a declarar a Solalinde, en un tono que suena a amenaza. Últimamente “invita a declarar” a quienes no se callan, a quienes evidencian el cinismo de la clase política y sus omisiones. ¿Creerán que Solalinde se va a retractar? Si es así no sabemos en qué mundo viven ellos. Nos retractaríamos usted y yo, los ciudadanos que siempre sabemos que tenemos algo que perder: un trabajo decente, una familia, una idea de futuro. Solalinde se ha jugado la vida desde hace décadas en su defensa de los migrantes, contra el narcotráfico y contra los cuerpos armados del Estado; ha denunciado sus vínculos perversos y ha declarado que es imposible saber quién sirve a quién en esa red de complicidades. Por lo pronto, el padre Solalinde dio ya una respuesta: "Iría con mucho gusto y desde ahorita yo le invito al gobierno a que me demuestre que estoy mintiendo. Yo le reviro (al procurador Jesús Murillo Karam), le digo que demuestren lo contrario, que presenten a los jóvenes y que digan por qué los desaparecieron, y si no están muertos como es la información que yo recibí, que digan la verdad".

Recapitulemos: más de cuarenta estudiantes son secuestrados por la policía y se encuentran en calidad de desaparecidos. La versión que propone Solalinde nos muestra la dimensión de lo que ya parece un laberinto sin salida, y los cadáveres calcinados que han encontrado nos dicen que es posible que esté en lo cierto. Un cadáver calcinado no habla, dirán entonces los victimarios, seguros de haber logrado su cometido: desaparecer hasta el último rastro de su víctima, hacer que nadie nunca pueda identificarlos. Se equivocan. Lo supo Videla al final de su vida, y lo sabe el poder en México también: nada habla más, nada hace más ruido que los desaparecidos; son la herida que nunca sana, son la voz que no se calla. No es el rencor lo que mueve a los deudos, es la tortura que implica privarlos de su duelo. Una verdad lógica y jurídica no siempre es una verdad para la memoria colectiva: el desaparecido permanece vivo.

La frase “La historia se repite” es válida si funciona como una invitación a detenernos en “algo” de nuestro rededor, puede ser un grito para crear conciencia y solidaridad, pero creerlo y sumergirnos en el horror sin decir nada más, eso es otra cosa. No es que la historia se repita es que el ayer nunca termina de pasar mientras haya hombres, mujeres, niños, ancianos en calidad de desaparecidos. El crimen y la impunidad revelan la falacia del discurso de autosuperación que pide enterrar el pasado. La repetición de la historia es una ilusión óptica, además de un error teórico  (equivale, se me ocurre como ejemplo, a hablar de psicología y remitirnos a la teoría de los humores o a las potencias del alma. Son ideas que tuvieron su momento y se explican en un marco histórico); es una ilusión que se produce cuando por mucho tiempo dejamos de ver ciertos aspectos de la realidad que nos rodea, porque es de humanos dejar de ver sólo la muerte y optar por pensar en otras cosas, hasta que algo, otra atrocidad, nos hace volver la mirada a ella.


lunes, 29 de septiembre de 2014

IPN, Guerreo y Michoacán: reporte del clima.





El IPN está en huelga y más allá de manifestarse a favor o en contra, resulta necesario pensar en el terreno en el que ha germinado el conflicto. Ha habido malos entendidos, un ineficaz manejo de la información —por parte de todos los implicados— y manipulación de algunos oportunistas. Pero si el conflicto crece y parece desbordarse es porque se han creado las condiciones para que esto sea así. La protesta y el paro no pueden ser vistos como hechos aislados del contexto nacional: evidencian la generalizada desconfianza en los canales oficiales de comunicación, la poca credibilidad que tienen las autoridades. Yoloxóchitl Bustamante, como José Narro en algunos momentos, no ha sabido comunicar sus decisiones. Ambos rectores no saben hacerlo porque hay una brecha generacional enorme entre ellos y la comunidad que encabezan, pero también porque no les interesa hacerlo (como a los legisladores que les tiene sin cuidado lo que el grueso de los ciudadanos y los especialistas opinen de las reformas). Educados en un sistema autoritario, que ahora está de regreso y con el que mantienen una colaboración rayana en la complicidad, piensan que serán cobijados y mantenidos en su puesto a pesar de las críticas. Es un problema de comunicación, evidentemente, pero su actitud evidencia, asimismo, su concepción de un sistema político en el que la autoridad dicta las reglas y los vasallos obedecen. No son servidores que tengan que explicar nada porque su puesto no se lo deben a ellos sino a la maquinaria a la que sirven. Soldados del Partido. 

Michoacán se encamina al colapso social. Un Comisionado, figura de dudosa legalidad, más cercana a la del Virrey, trata desesperadamente de contener la violencia. Su presencia en Michoacán también es elocuente acerca de una visión anacrónica sobre la política. El antes todo poderoso Presidente ha querido instalar ahí a un poder que lo represente. Hace cuarenta años quizá habría resultado, hoy parece más un movimiento torpe afianzado en la fe que se deposita en el tótem. Tótem que, ante la violencia que ha rebasado todo lo imaginado, se muestra como cachivache inservible.

El estado de Guerrero es un polvorín. Los asesinatos de estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapan y el ataque al autobús de un equipo de fútbol son apenas el principio de un problema mucho mayor que hoy amenaza con convertirse en una de las crisis más grandes de la actual administración. Al momento en que se redacta esta nota, lunes 29 de septiembre por la madrugada, hay 58 estudiantes desaparecidos. Los busca el ejército, la policía y sus familias, quienes, con bocinas recorren los poblados pidiéndoles que salgan si acaso están escondidos por temor. El ejército y la policía los busca y, estoy seguro, esperan que estén vivos todavía, porque después de que Tlatlaya ha puesto a México en las primeras planas de los diarios, lo último que el gobierno federal desea es que hayan sido ejecutados ¿Quién podría estar detrás de su desaparición (si se confirma) y por qué es tan necesario que aparezcan? La rapidez con la que el gobierno de Guerrero salió a aceptar su responsabilidad y a señalar como culpables a policías estatales y municipales, hace sospechar que la sombra del paramilitarismo campea con la impunidad de los dorados años setenta. EPN tenía agendada una gira por el estado para hacer acto de presencia ante los damnificados del último desastre meteorológico pero canceló, irónicamente, argumentando mal clima. Más vale que los jóvenes aparezcan, porque sus familias los esperan de regreso, porque es humano solidarizarse con ellos, pero también porque el mal clima de EPN amenaza con convertirse en huracán, uno de los más grandes vistos en las últimas décadas.

Partidos y poder políticos se enfrentan a problemas que amenazan su supervivencia. No seamos ingenuos: su caída, su desfonde, no será el éxito de la justicia. Antes bien, puede ser el comienzo de algo peor de lo que hoy vivimos. El caudillismo y el linchamiento ejercen sobre nosotros una fascinación mórbida. Una esperanza queda en todo esto. El mundo ya es otro, tengamos la esperanza de que el PRI lo haya intuido. Porque hace años Tlatelolco pudo ocultarse por un tiempo. En la actualidad, gran parte del dinero que fluye del exterior a las arcas (y que termina en los bolsillos de algunos políticos) pasa por la revisión de los derechos humanos. Y no está bien, no se ve bien —la cúpula lo sabe—, que en cada foro internacional empresarios y políticos miren a nuestra clase política como unos ineptos y los interpelen en un tono que suena cada vez más a regaño (ocurrió en Davos y en la última reunión de la ONU). Por el bien de todos, insistamos, es necesario que los estudiantes de Guerrero aparezcan. Hay mal clima pero puede ser peor, Michocán, IPN y Guerrero, por no hablar de Jalisco y el Estado de México o la burbuja que una vez fue el D.F., entidades que se apuntan para ser los nuevos focos rojos, pueden ser evocados en el futuro como el principio del fin... o como la antesala del poder que se reformó.

El dialogo debería imponerse por sobre la amenaza y la represión, sobre el amago y la violencia. Si todavía es posible salvar lo poco que se ha ganado en las últimas décadas es necesario encontrar una salida y recomponer el camino. 


viernes, 25 de julio de 2014

A pagar la fiesta




Un supuesto formulado de manera tramposa impulsó el proceso de “apertura a la inversión” de Pemex. En la desmesurada propaganda oficial se propone que si dicha empresa se abre a la competencia internacional no sólo tendremos mejores precios en combustibles, sino que Pemex será una empresa capaz de competir con las trasnacionales. Para convencer no se apela a datos y argumentos, se sugiere una pregunta tan tramposa como el supuesto que moviliza el proceso privatizador: ¿tú, mexicano, no quieres ver a Pemex entre las mejores petroleras del mundo, acaso no quieres precios más bajos en tu recibo de luz y gas? Sí, claro, sólo un tonto puede responder que no, o uno de esos retrógradas de la izquierda que no quieren que el país avance.

Lo que no nos dice la casta política, y lo sabían desde el principio -algunos analistas lo dijeron- es que el precio a pagar sería extremadamente alto. Y no me refiero al costo en términos de soberanía: el legado de Lázaro Cárdenas que machaconamente nos inculcaron desde la primaria (acuérdese de su torre hecha con palitos de madera) como uno de esos hitos que dieron origen al México moderno y soberano, el legado del último estadista del México moderno; no, me refiero al costo en términos económicos, dinero constante y sonante que saldrá de nuestros impuestos. 

Ahora que ya es un hecho que Pemex podrá "competir" con las transnacionales, nos dicen la otra parte: Pemex acumula pérdidas por más de un billón de pesos -más de un millón de millones de pesos-. Y para que una empresa como Pemex pueda competir con Shell o Exxon, debe tener finanzas sanas ¿Tú, mexicano, no quieres que Pemex tenga finanzas sanas, no quieres que pueda competir en igualdad de condiciones con las transnacionales? Sí, claro, sólo un tonto podría contestar que no, un pejezombie de esos que no quieren mover a México, y de los que ya estamos cansados ("Dejar con el pasivo laboral a Pemex, sería como amarrarle un brazo atrás y llevarlo a una pelea de box en desventaja", dijo cínicamente Manlio Fabio Beltrones). Pues, sanear Pemex, es decir, pagar las pérdidas que se han acumulado durante décadas, y que son el resultado de malos manejos, errores de asociación, robo del narcotráfico, corrupción de los líderes del sindicato, etc., nos va a costar más de un billón de pesos. Y ese dinero, que representa entre el 10 y el 12 por ciento del PIB, tendrá que salir del presupuesto, ¿de dónde más?

Pero no todo es culpa del PRI, no nos engañemos; también es culpable el PAN que estuvo en la presidencia 12 años y no enfrentó la situación. No sólo no atacó a la corrupción, sino que también utilizó a Pemex a discreción como caja chica, y una gran cantidad de políticos del blanquiazul incursionaron, o se afianzaron, en el negocio petrolero. El PRD no lo hizo porque no lo dejaron, porque si hubiera podido lo hubiera hecho, como demuestra el manejo que hizo de Luz y Fuerza del Centro, la caja para imprevistos de la izquierda capitalina. Lo sabía Calderón y requisó la empresa, le cortó el flujo de recursos que manejaban con total opacidad. Aún más: vía el Pacto por México el PRD se coludió con el PRI para aplicar la reforma hacendaria. Ahora, el PRI, coludido con el PAN aplicará la misma estrategia con la energética. Todos ganan, y quizá la peor evaluación moral y política se la lleve el PRD con su juego doble: pactó las reformas con anterioridad y ahora tomará como bandera electoral la defensa de los energéticos y de la economía de los más necesitados. Su cálculo era que podía aprobar la reforma hacendaria y luego dejarse ver como enemigo de la privatización de Pemex, una máscara para encubrir el rescate financiero de la hasta hoy paraestatal. Con la fiscal, el PAN hizo aspavientos y amagó con irse a los tribunales; con la reforma energética, lo está haciendo la izquierda, que le apuesta todo a un consulta de dudoso alcance. Pero ambos están más interesado en el cálculo electoral.

¿Qué parte de esos pasivos de Pemex se deben a la sobrecarga fiscal de la fue objeto la paraestatal y qué parte se debe a la corrupción? ¿Cuánto de ese dinero fue para financiar las campañas del PRI o para “rescatar las finanzas” de estados y municipios saqueados por todos los partidos con total impunidad? Quizá ya nunca lo sabremos. Porque la casta política, téngalo usted por seguro, ellos no pagarán. ¿Qué se puede hacer ahora? ¿Apoyar las movilizaciones a las que la izquierda tramposa y opaca va a convocar? Todo parece indicar que ahora sólo resta pagar y seguir pagando porque, es un hecho, en algún momento esto tenía que pasar, la deuda es ya inmanejable y se sanea en algún momento o esto deriva en caos financiero. Pero no lo tome personal. Usted y yo, lector, sólo tuvimos la mala suerte de nacer en una época equivocada y no en una de esas en las que el dilema era cómo manejar la bonanza ("Tenemos que acostumbrarnos a administrar la abundancia", nos advirtió alguna vez López Portillo... y seguro no le hicimos caso). La abundancia fue efímera, cierto, apenas una ilusión. La ilusiones, que muy poco han aprendido de las deudas, se desvanecen en el aire sin dejar rastro.

El título de esta entrada, por cierto, se lo debo a Erlich, de quien lo tomo sin permiso alguno.