El
IPN está en huelga y más allá de manifestarse a favor o en contra, resulta necesario pensar en el terreno en el que ha germinado el conflicto. Ha
habido malos entendidos, un ineficaz manejo de la información
—por parte de todos los implicados— y manipulación de algunos
oportunistas. Pero si el conflicto crece y parece desbordarse es
porque se han creado las condiciones para que esto sea así. La
protesta y el paro no pueden ser vistos como hechos aislados del
contexto nacional: evidencian la generalizada desconfianza en los canales
oficiales de comunicación, la poca credibilidad que tienen las
autoridades. Yoloxóchitl Bustamante, como José Narro en algunos
momentos, no ha sabido comunicar sus decisiones. Ambos rectores no
saben hacerlo porque hay una brecha generacional enorme entre ellos y
la comunidad que encabezan, pero también porque no les interesa
hacerlo (como a los legisladores que les tiene sin cuidado lo que el
grueso de los ciudadanos y los especialistas opinen de las reformas).
Educados en un sistema autoritario, que ahora está de regreso y con
el que mantienen una colaboración rayana en la complicidad, piensan
que serán cobijados y mantenidos en su puesto a pesar de las
críticas. Es un problema de comunicación, evidentemente, pero su
actitud evidencia, asimismo, su concepción de un sistema político
en el que la autoridad dicta las reglas y los vasallos obedecen. No
son servidores que tengan que explicar nada porque su puesto no se lo
deben a ellos sino a la maquinaria a la que sirven. Soldados del
Partido.
Michoacán
se encamina al colapso social. Un Comisionado, figura de dudosa
legalidad, más cercana a la del Virrey, trata desesperadamente de
contener la violencia. Su presencia en Michoacán también es
elocuente acerca de una visión anacrónica sobre la política. El
antes todo poderoso Presidente ha querido instalar ahí a un poder
que lo represente. Hace cuarenta años quizá habría resultado, hoy
parece más un movimiento torpe afianzado en la fe que se deposita en
el tótem. Tótem que, ante la violencia que ha rebasado todo lo
imaginado, se muestra como cachivache inservible.
El
estado de Guerrero es un polvorín. Los asesinatos de estudiantes de
la Escuela Normal de Ayotzinapan y el ataque al autobús de un equipo
de fútbol son apenas el principio de un problema mucho mayor que hoy
amenaza con convertirse en una de las crisis más grandes de la
actual administración. Al momento en que se redacta esta nota, lunes
29 de septiembre por la madrugada, hay 58 estudiantes desaparecidos.
Los busca el ejército, la policía y sus familias, quienes, con
bocinas recorren los poblados pidiéndoles que salgan si acaso están
escondidos por temor. El ejército y la policía los busca y, estoy
seguro, esperan que estén vivos todavía, porque después de que
Tlatlaya ha puesto a México en las primeras planas de los diarios,
lo último que el gobierno federal desea es que hayan sido ejecutados
¿Quién podría estar detrás de su desaparición (si se confirma) y
por qué es tan necesario que aparezcan? La rapidez con la que el
gobierno de Guerrero salió a aceptar su responsabilidad y a señalar
como culpables a policías estatales y municipales, hace sospechar
que la sombra del paramilitarismo campea con la impunidad de los dorados años setenta. EPN tenía agendada una gira por el estado para hacer acto
de presencia ante los damnificados del último desastre meteorológico
pero canceló, irónicamente, argumentando mal clima. Más vale que
los jóvenes aparezcan, porque sus familias los esperan de regreso,
porque es humano solidarizarse con ellos, pero también porque el mal
clima de EPN amenaza con convertirse en huracán, uno de los más
grandes vistos en las últimas décadas.
Partidos
y poder políticos se enfrentan a problemas que amenazan su
supervivencia. No seamos ingenuos: su caída, su desfonde, no será
el éxito de la justicia. Antes bien, puede ser el comienzo de algo
peor de lo que hoy vivimos. El caudillismo y el linchamiento ejercen
sobre nosotros una fascinación mórbida. Una esperanza queda en todo
esto. El mundo ya es otro, tengamos la esperanza de que el PRI lo
haya intuido. Porque hace años Tlatelolco pudo ocultarse por un
tiempo. En la actualidad, gran parte del dinero que fluye del exterior a las
arcas (y que termina en los bolsillos de algunos políticos) pasa por la
revisión de los derechos humanos. Y no está bien, no se ve bien —la
cúpula lo sabe—, que en cada foro internacional empresarios y
políticos miren a nuestra clase política como unos ineptos y los
interpelen en un tono que suena cada vez más a regaño (ocurrió en
Davos y en la última reunión de la ONU). Por el bien de todos,
insistamos, es necesario que los estudiantes de Guerrero aparezcan.
Hay mal clima pero puede ser peor, Michocán, IPN y Guerrero, por no
hablar de Jalisco y el Estado de México o la burbuja que una vez fue
el D.F., entidades que se apuntan para ser los nuevos focos rojos,
pueden ser evocados en el futuro como el principio del fin... o como
la antesala del poder que se reformó.
El dialogo debería imponerse por sobre la amenaza y la represión, sobre el amago y la violencia. Si todavía es posible salvar lo poco que se ha ganado en las últimas décadas es necesario encontrar una salida y recomponer el camino.
El dialogo debería imponerse por sobre la amenaza y la represión, sobre el amago y la violencia. Si todavía es posible salvar lo poco que se ha ganado en las últimas décadas es necesario encontrar una salida y recomponer el camino.