lunes, 29 de septiembre de 2014

IPN, Guerreo y Michoacán: reporte del clima.





El IPN está en huelga y más allá de manifestarse a favor o en contra, resulta necesario pensar en el terreno en el que ha germinado el conflicto. Ha habido malos entendidos, un ineficaz manejo de la información —por parte de todos los implicados— y manipulación de algunos oportunistas. Pero si el conflicto crece y parece desbordarse es porque se han creado las condiciones para que esto sea así. La protesta y el paro no pueden ser vistos como hechos aislados del contexto nacional: evidencian la generalizada desconfianza en los canales oficiales de comunicación, la poca credibilidad que tienen las autoridades. Yoloxóchitl Bustamante, como José Narro en algunos momentos, no ha sabido comunicar sus decisiones. Ambos rectores no saben hacerlo porque hay una brecha generacional enorme entre ellos y la comunidad que encabezan, pero también porque no les interesa hacerlo (como a los legisladores que les tiene sin cuidado lo que el grueso de los ciudadanos y los especialistas opinen de las reformas). Educados en un sistema autoritario, que ahora está de regreso y con el que mantienen una colaboración rayana en la complicidad, piensan que serán cobijados y mantenidos en su puesto a pesar de las críticas. Es un problema de comunicación, evidentemente, pero su actitud evidencia, asimismo, su concepción de un sistema político en el que la autoridad dicta las reglas y los vasallos obedecen. No son servidores que tengan que explicar nada porque su puesto no se lo deben a ellos sino a la maquinaria a la que sirven. Soldados del Partido. 

Michoacán se encamina al colapso social. Un Comisionado, figura de dudosa legalidad, más cercana a la del Virrey, trata desesperadamente de contener la violencia. Su presencia en Michoacán también es elocuente acerca de una visión anacrónica sobre la política. El antes todo poderoso Presidente ha querido instalar ahí a un poder que lo represente. Hace cuarenta años quizá habría resultado, hoy parece más un movimiento torpe afianzado en la fe que se deposita en el tótem. Tótem que, ante la violencia que ha rebasado todo lo imaginado, se muestra como cachivache inservible.

El estado de Guerrero es un polvorín. Los asesinatos de estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapan y el ataque al autobús de un equipo de fútbol son apenas el principio de un problema mucho mayor que hoy amenaza con convertirse en una de las crisis más grandes de la actual administración. Al momento en que se redacta esta nota, lunes 29 de septiembre por la madrugada, hay 58 estudiantes desaparecidos. Los busca el ejército, la policía y sus familias, quienes, con bocinas recorren los poblados pidiéndoles que salgan si acaso están escondidos por temor. El ejército y la policía los busca y, estoy seguro, esperan que estén vivos todavía, porque después de que Tlatlaya ha puesto a México en las primeras planas de los diarios, lo último que el gobierno federal desea es que hayan sido ejecutados ¿Quién podría estar detrás de su desaparición (si se confirma) y por qué es tan necesario que aparezcan? La rapidez con la que el gobierno de Guerrero salió a aceptar su responsabilidad y a señalar como culpables a policías estatales y municipales, hace sospechar que la sombra del paramilitarismo campea con la impunidad de los dorados años setenta. EPN tenía agendada una gira por el estado para hacer acto de presencia ante los damnificados del último desastre meteorológico pero canceló, irónicamente, argumentando mal clima. Más vale que los jóvenes aparezcan, porque sus familias los esperan de regreso, porque es humano solidarizarse con ellos, pero también porque el mal clima de EPN amenaza con convertirse en huracán, uno de los más grandes vistos en las últimas décadas.

Partidos y poder políticos se enfrentan a problemas que amenazan su supervivencia. No seamos ingenuos: su caída, su desfonde, no será el éxito de la justicia. Antes bien, puede ser el comienzo de algo peor de lo que hoy vivimos. El caudillismo y el linchamiento ejercen sobre nosotros una fascinación mórbida. Una esperanza queda en todo esto. El mundo ya es otro, tengamos la esperanza de que el PRI lo haya intuido. Porque hace años Tlatelolco pudo ocultarse por un tiempo. En la actualidad, gran parte del dinero que fluye del exterior a las arcas (y que termina en los bolsillos de algunos políticos) pasa por la revisión de los derechos humanos. Y no está bien, no se ve bien —la cúpula lo sabe—, que en cada foro internacional empresarios y políticos miren a nuestra clase política como unos ineptos y los interpelen en un tono que suena cada vez más a regaño (ocurrió en Davos y en la última reunión de la ONU). Por el bien de todos, insistamos, es necesario que los estudiantes de Guerrero aparezcan. Hay mal clima pero puede ser peor, Michocán, IPN y Guerrero, por no hablar de Jalisco y el Estado de México o la burbuja que una vez fue el D.F., entidades que se apuntan para ser los nuevos focos rojos, pueden ser evocados en el futuro como el principio del fin... o como la antesala del poder que se reformó.

El dialogo debería imponerse por sobre la amenaza y la represión, sobre el amago y la violencia. Si todavía es posible salvar lo poco que se ha ganado en las últimas décadas es necesario encontrar una salida y recomponer el camino.